sábado, 28 de octubre de 2017

CARTA ABIERTA A JOAN MANUEL SERRAT de Celestí Ventura 14/10/2017

Estimado Juan Manuel,
Me he decidido a escribirte esta carta al ver, el diez de octubre, tu entrevista en una cadena de televisión estatal, a la entrada del Palacio de la Generalidad Valenciana, justo antes de que recibieras la alta distinción de aquel gobierno. Como ya es habitual estas últimas semanas, todos piden tu opinión sobre las circunstancias que vive hoy Cataluña. No te han de sorprender sus homenajes: han puesto el foco en uno de sus artistas más queridos —en esto, todo el mundo está de acuerdo: los españoles de habla castellana y los catalanes—, no en vano nos has regalado, en ambas lenguas, unas canciones que, por su proximidad y ternura, han terminado por ser memoria colectiva de varias generaciones. En aquella entrevista dijiste, tras manifestar dudas sobre la independencia de Cataluña, una frase que me hizo reflexionar: «Uno no se acuesta español y se levanta catalán». Es cierto, pensé: los sentimientos no cambian de la noche a la mañana.
Pero perdona mi falta de delicadeza; primero debería hablar de mí, de presentarme. Nací en el barrio de Gracia justo al comenzar los años cincuenta, al final de un largo tiempo de posguerra, que tú conoces muy bien. Mi escolarización, como la de muchos chicos de aquella época, fue en un colegio municipal, donde sólo podíamos aprender en lengua castellana y que por la mañana, en el patio, cantábamos «Montañas nevadas», en formación y con el brazo derecho alzado, antes de entrar a clase. Con la distancia de los años, ahora, puede parecer una barbaridad, pero entonces no éramos conscientes. Con nuestra inocencia, y el silencio, vencido, de nuestros padres, se nos hizo cotidiano. Así fui educado. Así fuimos educados! Después, en el instituto, ya adolescente, pude disfrutar por primera vez de una emisora ​​de radio en catalán, donde en el programa Radioscope, Salvador Escamilla presentaba jóvenes cantautores que interpretaban en nuestra lengua; fue entonces cuando te conocí, que descubrí tus canciones, unas canciones que, sin darme cuenta, hice mías. Me seguían allá donde iba, no me hacía falta saber de música ni tocar ningún instrumento para que cantando Una guitarra (tu primer disco) me imaginara sus acordes, también a mí me acompañaba en los momentos de tristeza, de melancolía: «Ara sé d’un company que mai no enganya, que quan m’ompli de goig cantarà amb mi, amb mi; ja tinc un amic fidel, pobra guitarra: canta quan canti jo i plora sempre amb mi». Como el hermano pequeño que sigue los pasos del mayor, me aprendía las letras de las tus canciones. Y las cantaba. Y anunciaban a mi madre que llegaba a casa, antes de poner la llave en la cerradura. Fui creciendo y llegó el tiempo de la universidad, también en lengua castellana, la misma que tú empezaste a usar. Entonces la atmósfera nublada por los Ducados y las estrofas de tu «Mediterráneo» fueron compañeros de mis largas noches de estudio. Y la mili, en Talarn, en el Pallars Jussà, y el capitán recordándonos, a cada momento, que teníamos prohibido hablar en catalán, ni siquiera entre nosotros. Y cantando en mis ratos libres, con las canciones de los Beatles, para disimular: «Ara que tinc vint anys, ara que encara tinc força, que no tinc l’ànima morta, i em sento bullir la sang. Ara que em sento capaç de cantar si un altre canta, avui que encara tinc veu i encara puc creure en déus… ». Era todo lo que disponía para manifestar mi rebeldía. Las canciones de protesta, de Raimon o de Llach, me eran lejanas, no me llegaban al corazón como lo hacían la tuyas. Al poco tiempo, murió el dictador; nada es eterno, y las calles se llenaron de repente de voces reclamando: «Libertad, amnistía y estatuto de autonomía». Todo el mundo decía que era la oportunidad para construir un estado democrático —le dijeron transición. Y conocimos que nuestro pequeño país tenía instituciones que nos habían sido arrebatadas: «Ciudadanos de Cataluña, ya estoy aquí». Volvieron los partidos políticos, muchos de nosotros sólo los conocíamos por las historias de los padres y los abuelos. Y supimos lo que era votar. Y gente de todas partes entraron en los ayuntamientos, en el Parlamento y en la Generalitat —nuestro autogobierno—, dijeron. Y, con el nuevo estatuto de autonomía empezaron unos años llenos de ilusión colectiva.

Nuestros hijos fueron a escuelas catalanas, y con ellos recuperamos nuestra lengua escrita, y llegó la televisión, más emisoras de radio y la prensa en catalán. Todo un gozo, reconstruir el sentimiento de país. Unos decían que íbamos demasiado despacio, otros demasiado deprisa. Y entramos en Europa! Como si todos aquellos años grises nos hubieran apartado del continente. Teníamos que ser un país democrático, dijeron, para poder formar parte de ella. Por fin llegábamos al paraíso. Y el Estado se desarrolló económica y socialmente. Fueron años de trabajo y de progreso. Dejé de cantar, como si hacerlo no fuera tomarse la vida en serio. Sin casi darnos cuenta, Barcelona disfrutó de la fiesta mayor más grande jamás conocida               —inimaginable, hasta entonces—, los juegos olímpicos! Y con Maragall y Pujol, dos formas diferentes de entender la sociedad y el país, se construyó la nueva Cataluña, y nuestra autonomía llegó al punto más alto. Demasiado alto para la derecha española. Fue Maragall, a su vez como presidente de la Generalitat, quien osó pedir un nuevo estatuto de autonomía, para contentar las ansias de más autogobierno. No les importó que la inmensa mayoría del Parlament Català lo aprobara, ni que el Parlamento Español, después de recortarlo —con ironía andaluza incluida—, estuviera de acuerdo, ni que el pueblo de Cataluña lo votara en referéndum. Daba igual: el Partido Popular —como siempre—, lo rechazaba, recogiendo firmas por todo el Estado. Para ellos todo era válido, con el objetivo de frenar las ilusiones de los catalanes. Las mentiras no sólo sirvieron para llevar el recurso al Constitucional, también para enfrentarnos con el resto del estado. Un tribunal caducado, politizado y desprestigiado hizo el trabajo. Y empezó el desencanto. Y nos enfrentarnos con la realidad: los socialistas que habían prometido apoyar el nuevo estatuto se echaron atrás, nos abandonaron. Los llamados barones, que lideraban las comunidades más influyentes de la España autonómica, se alinearon con la derecha: Cataluña no es una nación, no es más que una región española, sostenían, y no puede tener, por tanto, ningún tipo de privilegio sobre las demás autonomías. Si ellos lo quieren, nosotros también. Así lo veían ellos. Así parece que lo ve toda España.
No pasó demasiado tiempo hasta la llegada de una crisis económica anunciada. No aprendemos nunca. Una burbuja del sistema capitalista, que sólo confía en el crecimiento económico como única solución para promover el progreso. Un endeudamiento como nunca se había conocido para conseguirlo. Y el fin de la confianza: los países más ricos reclaman austeridad a los más pobres, y que devuelvan todo lo que deben. España descubre una triste realidad: no era tan rica como presumía. Y llegan los despidos. Y la desigualdad crece. También entre las autonomías; las regiones más ricas les tocan pagar la fiesta. No importa que no lleguen a fin de mes, que recorten! Y el peso de la crisis que recae en los servicios, en los ciudadanos. El Estado, las élites y los bancos quedan al margen: a ellos no sólo no se les recorta, se les debe ayudar.
Juan Manuel, no quisiera aburrirte, no es fácil en cuatro líneas explicar todo lo que nos ha pasado para que hoy una buena parte de los catalanes no se sientan españoles. No ha sido un sentimiento que haya cambiado de la noche a la mañana. No puede ser un arrebato lo que haya puesto de acuerdo a tantos y tantos catalanes, de habla catalana o castellana, que creen que no es de justicia el trato que reciben del Estado español. Han tenido que viajar por la península para ver que son los únicos que pagan por desplazarse en coche dentro de su país, o que mientras miles de kilómetros de AVE conectan, casi vacíos, las capitales de provincia con Madrid, nuestros trenes de cercanías, ya envejecidos, nos dejan tirados cada dos por tres. O que el Gobierno del Estado sigue ignorando la costa mediterránea y continúa empeñado en hacer pasar el corredor Europeo por el centro, atravesando todas las cordilleras de la península, como si no hubieran aprendido nada de Aníbal. El Estado transfiere cada vez menos recursos a Cataluña, y los catalanes cada vez pagan más impuestos con relación a las otras autonomías, y tienen los servicios más precarios. Curiosamente, no hemos oído nunca que el Tribunal Constitucional, o el Gobierno del Estado —tan preocupados por la igualdad de los españoles— hayan hecho nada para corregirlo. Juan Manuel, muchos catalanes se sienten huérfanos.
Me estremece pensar que la derecha española, y buena parte de la izquierda, crea que este sentimiento —según ellos, antiespañol— es debido a nuestro modelo de escuela pública y quieran españolizarla. Por nada del mundo desearía para mis nietos volver a «Una, grande y libre». Quizá tú no lo veas igual que yo y creas que no hay para tanto. Pero muchos no podremos sentirnos españoles si se nos niega poder ser catalanes. ¿A esto se llama sentimiento nacionalista? ¿No es el mismo que tienen ellos? ¿Si nosotros lo comprendemos, por qué a ellos les cuesta tanto?
Hace años que ha ido arraigando un sentimiento de queja, de reivindicación, y mientras en buena parte de la Europa meridional, la gente salía a la calle para reclamar el retorno de sus derechos sociales, aquí nosotros nos hemos focalizado en el derecho a decidir. Después de tantos años negándonos hacer realidad el deseo de incrementar nuestro autogobierno, hemos pedido, por activa y por pasiva, hacer un referéndum para poderlo decidir. Se nos ha negado, con el pretexto de que no somos quien para repensar nuestro futuro, que nuestro destino está ligado al del resto de los españoles, nos guste o no, y que son ellos los únicos que lo pueden decidir. Se ha utilizado la palabra democracia para definir algo y al mismo tiempo lo contrario. Gastamos las palabras hasta que pierden todo su significado, hasta que ya no nos sirven. Confundimos el ejercicio de la democracia (votar) con el ejercicio de la autoridad, creemos que si tenemos la mayoría nos podemos imponer, hemos cambiado el autoritarismo de los regímenes dictatoriales por la imposición de las mayorías. No nos damos cuenta de que sin el respeto a los derechos de las minorías no hay democracia, no hay justicia social, no tendremos futuro. Decía que hemos intentado de todas las maneras posibles hacer un referéndum acordado. Muchísimos catalanes han salido cada once de septiembre, de las formas más imaginativas, civilizadas y festivas posibles, en la calle, para reivindicar este derecho. Han sido unas manifestaciones cívicas únicas en el mundo. El nueve de noviembre de 2014 se organizó un proceso participativo, una consulta popular sin trascendencia jurídica. La respuesta fue —al  ver el éxito de participación: más de dos millones de catalanes— que el Gobierno Español reclamó la inhabilitación del presidente de la Generalidad y de tres de sus consejeros, por desobediencia y malversación. A la justicia española le faltó tiempo para declararla. El veintisiete de septiembre de 2015 se adelantaron las elecciones al Parlamento con la candidatura de Junts pel Sí y la CUP, que llevaban en el programa electoral la celebración de un referéndum de autodeterminación. Ganaron por escaños pero se quedaron a las puertas de la mayoría de votos. Aun así, se comprometieron a hacer el referéndum con el consentimiento o no del Estado. Parece que extrañe que la clase política cumpla sus promesas. Todo el aparato del Estado, todos sus poderes, los lícitos y los ilícitos (las cloacas) trabajaron lo indecible para hacer imposible su celebración. La fiscalía y los jueces no pararon de presionar a las personas implicadas. El miedo como un arma contra la ilusión. Los voluntarios y la gente de la calle, se comprometieron. La Guardia Civil y la Policía Nacional confinados en el puerto de Barcelona y de Tarragona —desconfiaban de los Mossos d’Esquadra. Órdenes de buscar las urnas, registros en domicilios particulares, imprentas inspeccionadas para encontrar las papeletas, amenazas y más amenazas a los directores de las escuelas. Dimisiones y nuevos relevos. Los servidores informáticos de las webs de la Generalitat cerrados, y se abren de nuevos. Nuestro presidente asegura que se celebrará el referéndum, y el del Estado lo niega. Y el pueblo, atento, espera.
La Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural piden a los voluntarios que protejan desde la noche del viernes los colegios electorales. Padres, maestros y vecinos hacen relevos para no dejarlos solos: la Policía Nacional y la Guardia Civil están preparadas para clausurarlos. La vida sigue, las actividades no paran, el sueño puede esperar. El país se despierta el domingo temprano, muy temprano. Los más madrugadores encuentran las puertas de los colegios rebosantes de gente, son los que se quedaron a pasar la noche. El cielo es gris y amenaza lluvia, y esta amenaza se confirmará, se abren los paraguas pero la gente se queda, las colas crecen, tocan las nueve y los sistemas informáticos no están operativos, la gente se impacienta, y con los whatsapp llegan las primeras imágenes y con ellas el miedo se desvanece, y empieza la resistencia.
Decía, Juan Manuel, que esto no ocurre de la noche a la mañana. Y a mí me faltan palabras     —mi conocimiento del catalán es insuficiente. Esperaba que ese día a las puertas del Palau de la Generalitat Valenciana hubieras explicado —como solo tú sabes hacerlo— lo que ellos no pudieron ver, y que tú no podías callar: que hombres oscuros, con las caras tapadas, en formación militar, cargaron contra el pueblo, contra la gente de a pie. No les importó si eran ancianos o jóvenes, sus porras no distinguían de género ni de edad, buscaban las cabezas, para hacer daño. Que viste como cogían chicas por la cara y el pelo y se las llevaban, una a una, y las arrojaban escaleras abajo, para rematarlas con golpes de bota en los hombros. Y balas de goma disparadas sin ton ni son. No vimos sus rostros, no supimos qué sentimiento expresaban, pero parecían poseídos por la indiferencia, el rencor, y el odio. Habían venido coreados por españoles del sur, al grito nacional de: «a por ellos». Y a cumplirlo. Después los llenarían de reconocimientos, como el brazo armado de su ejército. Aquella era su victoria.
Podrías haber dicho, también, que no viste la cara del miedo en la gente que pasivamente, con resignación, esperaba su martirio. Y a bomberos que para proteger a sus vecinos se situaban  en los primeros lugares. Incluso, por qué no mencionarlo?, algún mosso derrumbándose, en llantos, mientras su mando lo consolaba.
Y abuelas ensangrentadas que habían perdido su sonrisa, pero que conservaban la serenidad, la dignidad. La dignidad de todo un pueblo que ese día fue libre. Que ese día votó. No les importaba lo que votaba cada uno. Todo el mundo tenía su opinión. Sólo querían contarse.
A veces, Joan Manuel, nos es más fácil pensar en abstracto y defender los derechos humanos de otros pueblos, como más alejados mejor, no importa si es en Chile o en Argentina, y no somos capaces de ver los abusos y las injusticias en nuestro propio país. O también es posible que tengamos miedo de significarnos —ya ves, el miedo, siempre el miedo—, no sea que nos pasara como Gerard Piqué y después no nos recibieran como a todos nos gusta. No era mi intención importunarte. Todos somos dueños de nuestras palabras y de nuestros silencios. Yo hoy no puedo callar. Y me hubiera gustado tanto que tú, Joan Manuel, tampoco lo hubieras hecho aquel día. Con tus palabras nos hubiéramos sentido más reconfortados, menos solos.
Perdona mi atrevimiento, y discúlpame si con la carta te he importunado. No quisiera terminar esta carta sin manifestarte mi mas sincero agradecimiento por todas tus canciones. Quedarán conmigo, para siempre:
«Cal dir adéu a la porta que es tanca i no hem volgut tancar. Cal omplir el pit i cantar una tonada si el fred de fora et fa tremolar. Cal no escoltar aquest gos que ara borda lligat en un pal sec, i oblidar tot d’una la teva imatge i aquest petit indret. Però no vull que els teus ulls  plorin: digue’m adéu. El camí fa pujada i me’n vaig a peu»

«Es preciso decir adiós a la puerta que se cierra y no hemos querido cerrar. Hay que tomar aire y cantar una canción si el frío afuera te hace temblar. No hay que escuchar a ese perro que ladra atado a un palo seco, y olvidar pronto tu imagen y este pequeño lugar. Pero no quiero que llores: dime adiós. El camino es empinado y me voy a pie »

carta traducida al castellano de la original escrita por Celestí Ventura a Joan Manuel Serrat. con su permiso publicada para compartir a quien quiera leerla

CARTA OBERTA A JOAN MANUEL SERRAT de Celestí Ventura 14/10/2017

Benvolgut Joan Manuel,

M’he decidit a adreçar-te aquestes lletres en veure, el deu d’octubre passat, una entrevista teva en una cadena de televisió estatal, a l’entrada del Palau de la Generalitat Valenciana, just abans que rebessis l’alta distinció d’aquell govern. Com ja és habitual aquestes darreres setmanes, tots demanen la teva opinió sobre les circumstàncies que viu avui Catalunya. No  t’han de sorprendre els homenatges: han posat el focus en un dels artistes més estimats —en això, tothom hi està d’acord: els espanyols de parla castellana i els catalans—, no en va ens has regalat, en ambdues llengües, unes cançons que, per la seva proximitat i tendresa, han acabat per ser memòria col·lectiva de diverses generacions. En aquella entrevista vas dir, després de
manifestar dubtes sobre la independència de Catalunya, una frase que em va fer reflexionar: «Uno no se acuesta español y se levanta catalán». És cert, vaig pensar: els sentiments no canvien de la nit al dia.

Però perdona’m la manca de delicadesa; primer hauria de parlar-te de mi, de presentar-me. Vaig néixer a la vila de Gràcia just en començar els anys cinquanta, al final d’un llarg temps de postguerra, que tu coneixes prou bé. La meva escolarització, com la de molts nois d’aquella època, va ser en un col·legi municipal, on només podíem aprendre amb la llengua castellana i al matí cantàvem «Montañas nevadas», al pati, amb el braç dret ben alçat, abans d’entrar a classe. Amb la distància dels anys, ara, pot semblar una barbaritat, però aleshores no n’érem pas conscients. Amb la nostra innocència, i el silenci, vençut, dels nostres pares, se’ns va anar fent quotidià. Així vaig ser educat. Així vam ser educats! Després, a l’institut, ja adolescent, vaig poder gaudir per primer cop d’una emissora de ràdio en català, on en el programa Radioscope, en Salvador Escamilla presentava joves cantautors que interpretaven en la nostra llengua; va ser aleshores que et vaig conèixer, que vaig descobrir les teves cançons, unes cançons que, quasi sense adonar-me, vaig fer meves. Em seguien allà on anava, no em calia saber de música ni tocar cap instrument perquè cantant Una guitarra (el teu primer disc) m’imaginés els seus acords, també a mi em feia costat en els moments de tristor, de malenconia: «Ara sé d’un company que mai no enganya, que quan m’ompli de goig cantarà amb mi, amb mi; ja tinc un amic fidel, pobra guitarra: canta quan canto jo i plora sempre amb mi». Com el germà petit que segueix les passes del gran, m’aprenia les lletres de les teves cançons. I les cantava. I
anunciaven a la mare que arribava a casa. No em calia posar la clau al pany. Vaig anar creixent i va arribar el temps de la universitat, també en llengua castellana, la mateixa que tu vas començar a utilitzar. Aleshores l’aire emboirat pels Ducados i les estrofes de «Mediterráneo» van ser els companys de llargues nits d’estudi. I la mili, a Talarn, al Pallars Jussà, i el capità recordant-nos, cada dos per tres, que estava prohibit parlar en català, ni tan sols entre nosaltres. I cantant, a les estones lliures, entre cançons dels Beatles, per dissimular: «Ara que tinc vint anys, ara que encara tinc força, que no tinc l’ànima morta, i em sento bullir la sang. Ara que em sento capaç de cantar si un altre canta, avui que encara tinc veu i encara puc creure en déus...». Era tot el que tenia l’abast per manifestar la meva rebel·lia. Les cançons de protesta, d’en Raimon o d’en Llach, m’eren llunyanes, no m’arribaven al cor com ho feien les teves. Al cap de poc temps, va morir el dictador; res és etern, i els carrers es van omplir tot d’una de veus reclamant: «Llibertat, amnistia i estatut d’autonomia». Tothom deia que era l’oportunitat per construir un estat democràtic —en van dir transició—. I vam conèixer que el nostre petit país tenia institucions que ens havien estat arrabassades: «Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí». Van tornar els partits polítics, molts de nosaltres només ho sabíem per les històries dels pares i els avis. I vam conèixer el que era votar. I gent d’arreu va entrar als ajuntaments, al Parlament i a la Generalitat —el nostre autogovern—, en van dir. I, amb el nou estatut, vam encetar uns anys plens d’il·lusió col·lectiva.

El nostres fills van anar a escoles catalanes, i amb ells vam recuperar la llengua escrita, i va arribar la nostra televisió, més emissores de ràdio i la premsa en català. Tot un goig, reconstruir el sentiment de país. Uns deien que anàvem massa a poc a poc, d’altres massa de pressa. I vam entrar a Europa! Com si tots aquells anys grisos ens haguessin apartat del continent. S’ha de ser un país democràtic, van dir, per poder-ne formar part. Per fi arribàvem al paradís. I l’estat es va desenvolupar econòmicament i social. Van ser anys de treball i de progrés. Vaig deixar de cantar, com si fer-ho no fos prendre’s la vida seriosament. Sense quasi adonar-se’n, Barcelona va gaudir de la festa major més gran mai coneguda —inimaginable, fins
aleshores—, els jocs olímpics! I amb en Maragall i en Pujol, dues maneres diferents d’entendre la societat i el país, es va construir la nova Catalunya, i l’autonomia va arribar al punt més alt. Massa alt per a la dreta espanyola. Va ser en Maragall, al seu torn com a president de la Generalitat, qui va gosar demanar un nou estatut d’autonomia, per apaivagar les ànsies de més autogovern. No els va importar que la immensa majoria del Parlament Català l’aprovés, ni que el Parlament Espanyol, després de retallar-lo —amb sorna—, hi estigués d’acord, ni que el poble de Catalunya el votés en referèndum. Tant se valia: el Partit Popular -com sempre-, el rebutjava, recollint firmes per tot l’estat. Per ells tot era vàlid, amb l’objectiu de frenar les il·lusions dels catalans. Les mentides no només van servir per portar el recurs al Constitucional,
també per enfrontar-nos amb la resta de l’estat. Un tribunal caducat, polititzat i desprestigiat va fer la feina. I va començar el desencís. I vam encarar-nos amb la realitat: els socialistes que havien promès recolzar el nou estatut se’n van desdir, ens van abandonar. Els anomenats barons, que lideraven les comunitats més influents de l’Espanya autonòmica, es van alinear amb la dreta: Catalunya no és més que una regió espanyola, sostenien, i no pot tenir, per tant, cap mena de privilegi sobre les altres autonomies. Si ells ho volen, nosaltres també. Així ho veien ells. Així sembla que ho veu tot Espanya.

No havia de passar gaire temps fins a l’arribada d’una crisi econòmica anunciada. No n’aprenem mai. Una bombolla del sistema capitalista, que només confia en el creixement econòmic com a única solució per promoure el progrés. Un endeutament com mai s’havia conegut per a aconseguir-ho. I la fi de la confiança: els països més rics reclamen austeritat als més pobres, i que tornin tot el que deuen. Espanya descobreix una trista realitat: no era tan rica com presumia. I arriben els acomiadaments. I la desigualtat creix. També entre les autonomies; les regions més riques els toca pagar el beure. No importa que no arribin a fi de mes, que retallin! I el pes de la crisi que recau en els serveis, en els ciutadans. L’Estat, les elits i els bancs en queden al marge: a ells no tan sols no els retallen, se’ls ha d’ajudar.

Joan Manuel, no voldria avorrir-te, no és fàcil en quatre línies explicar tot el que ha passat perquè avui una bona part dels catalans no se sentin espanyols. No ha estat un sentiment que hagi canviat de la nit al dia. No pot ser un rampell el que hagi posat d’acord a tants i tants catalans, de parla catalana o castellana, que creuen que no és de justícia el tracte que reben de l’Estat espanyol. Han hagut de viatjar per la península per veure que són els únics que paguen per desplaçar-se amb cotxe dintre del seu país, o que mentre milers de kilòmetres d’AVE connecten, quasi buits, les capitals de província amb Madrid, a casa nostra els trens de rodalies, envellits, ens deixen tirats cada dos per tres. O que el Govern de l’Estat segueix ignorant la costa mediterrània i continua entestat a fer passar el corredor a Europa pel centre,
travessant totes les serralades de la península, com si no haguessin après res de l’Aníbal. L’Estat transfereix cada cop menys recursos a Catalunya, i els catalans cada cop paguen més impostos amb relació a les altres autonomies, i tenen uns serveis més precaris. Curiosament, no hem sentit mai que el Tribunal Constitucional, o el Govern de l’Estat —tan preocupats per la igualtat dels espanyols— hagin fet res per corregir-ho. Joan Manuel, molts catalans se  senten orfes.

M’esgarrifa pensar que la dreta espanyola, i bona part de l’esquerra, cregui que aquest sentiment —segons ells, antiespanyol— és degut al nostre model d’escola pública i vulguin espanyolitzar-lo. Per res del món desitjaria per als meus nets tornar a «Una, grande y libre». Potser tu no ho veus igual que jo i creus que no n’hi ha per a tant. Però molts no podem sentir-nos espanyols si se’ns nega poder ser catalans. D’això se’n diu sentiment nacionalista? No és el mateix que tenen ells? Si nosaltres ho entenem, per què a ells els costa tant?

Fa anys que ha anat arrelant un sentiment de queixa, de reivindicació, i mentre a bona part de l’Europa meridional, la gent sortia al carrer per reclamar el retorn dels seus drets socials, a casa nostra s’ha focalitzat en el dret a decidir. Després de tants anys negant-nos fer realitat el desig d’incrementar el nostre autogovern, hem demanat, per activa i per passiva, fer un referèndum per a poder-ho decidir. Se’ns ha negat, amb el pretext que no som qui per repensar el nostre futur, que el nostre destí està lligat al de la resta dels espanyols, ens agradi o no, i que són ells els únics que ho poden decidir. Hem utilitzat la paraula democràcia per definir una cosa i a la vegada la contrària. Gastem les paraules fins que perden tot el seu significat, fins que ja no ens serveixen. Confonem l’exercici de la democràcia (votar) amb l’exercici de l’autoritat, creiem que si tenim la majoria ens podem imposar, hem canviat l’autoritarisme dels règims dictatorials per la imposició de les majories. No ens adonem que sense el respecte als drets de les minories no hi ha democràcia, no hi ha justícia social, no tindrem futur. Deia que hem intentat de totes les maneres possibles fer un referèndum acordat. Moltíssims catalans han sortit cada onze de setembre, de les formes més imaginatives, civilitzades i festives possibles, al carrer, per reivindicar aquest dret. Han estat unes manifestacions cíviques úniques al món. El nou de novembre del 2014 es va organitzar un procés participatiu, una consulta popular sense transcendència jurídica. La resposta va ser —en veure l’èxit de participació: més de dos milions de catalans— que el Govern Espanyol va reclamar la inhabilitació del president de la
Generalitat i de tres dels seus consellers, per desobediència i malversació. A la justícia espanyola li va faltar temps per declarar-la. El vint-i-set de setembre del 2015 es van avançar les eleccions al Parlament amb la candidatura de Junts pel Sí i la CUP, que portaven al programa electoral la celebració d’un referèndum d’autodeterminació. Van guanyar per escons però es van quedar a les portes de la majoria de vots. Tot i així, es van comprometre a fer el referèndum amb el consentiment o no de l’Estat. Sembla que estranyi que la classe política compleixi les seves promeses. Tot l’aparell de l’Estat, tots els seus poders, els lícits i els il·lícits (les clavegueres) van treballar de valent per fer impossible la seva celebració. La fiscalia i els jutges no van parar fins pressionar les persones implicades. La por com una arma contra la il·lusió. Els voluntaris, la gent del carrer, s’hi van comprometre. La Guàrdia Civil i la Policia Nacional confinats al port de Barcelona i de Tarragona —desconfiaven dels Mossos d’Esquadra. Ordres de buscar les urnes, registres a domicilis particulars, impremtes regirades per trobar les paperetes, amenaces i més amenaces als directors de les escoles. Dimissions i nous relleus. Els servidors informàtics de les webs de la Generalitat tancats, i se n’obren de nous. El nostre president assegura que hi haurà el referèndum, i el de l’Estat que ho nega. I el poble que, atent, espera.

L’Assemblea Nacional Catalana i Òmnium Cultural demanen als voluntaris que protegeixin des de la nit del divendres els col·legis electorals. Pares, mestres i veïns fan relleus per no deixar-los sols: la Policia Nacional està preparada per clausurar-los. La vida segueix, les activitats no paren, la son pot esperar. El país es desperta el diumenge d’hora, ben d’hora. Els més matiners troben les portes dels col·legis curulles de gent, són els que hi han passat la nit. El cel és gris i amenaça pluja, i aquesta amenaça es confirmarà, s’obren els paraigües però la gent es queda, les cues creixen, toquen les nou i els sistemes informàtics estan clavats, la gent s’impacienta, i amb els whatsapps arriben les primeres imatges i amb elles s’esvaeix la por, i comença la resistència.


Deia, Joan Manuel, que això no passa de la nit al dia. I a mi em falten paraules – el meu coneixement del català m’és insuficient. Esperava que aquell dia a les portes del Palau de la Generalitat Valenciana haguessis explicat - com només tu saps fer – el que ells no van poder veure, i que tu no podies callar: que homes obscurs, amb les cares tapades, amb formació militar, van carregar contra el poble, contra la gent de peu. No els va importar si eren avis o joves, les seves porres no distingien de gènere ni d’edat, buscaven els caps, per fer mal. Que vas veure com agafaven noies per la cara i els cabells i se les enduien, una a una, i les llançaven escales avall, per matar-les amb cops de bota a les espatlles. I bales de goma a tort i a dret. No vam veure els seus rostres, no vam saber quin sentiment expressaven, però pels seus actes  semblaven posseïts per la indiferència, la rancúnia, i l’odi. Havien vingut corejats per espanyols del sud, al crit nacional de: «a por ellos». I van complir-ho. Després els omplirien de reconeixements, com el braç armat del seu exèrcit. Aquella era la seva victòria.

Podries haver dit, també, que no vas veure la cara de la por en la gent que passivament, amb resignació, esperava el seu torn, el seu martiri. I a bombers que per protegir els seus veïns es posaven en els primers llocs. Fins i tot, per què no dir-ho?, algun mosso d’esquadra esfondrant-se, amb plors, mentre el seu comandament el consolava.

I àvies ensangonades que havien perdut el somriure, però que conservaven la serenor, la dignitat. La dignitat de tot un poble que aquell dia va ser lliure. Que aquell dia va votar. No importava el que votava cadascú. Tothom tenia la seva opinió. Només volien comptar-se.

A vegades, Joan Manuel, ens és més fàcil pensar en abstracte i defensar els drets humans d’altres pobles, com més allunyats millor, tant se val si és a Xile o l’Argentina, i no som capaços de veure els abusos i les injustícies a casa nostra. O també pot ser que tinguem por de significar-nos —ja veus, la por, sempre la por—, no fos cas que ens passés com a Gerard Piqué i després no ens rebessin com a tots ens agrada. No era la meva intenció importunar-te. Tots som amos de les nostres paraules i dels nostres silencis. Jo avui no puc callar. I m’hagués agradat tant que tu, Joan Manuel, tampoc ho haguessis fet aquell dia. Amb les teves paraules ens haguéssim sentit més reconfortats, menys sols.

Perdona el meu atreviment, i disculpa’m si les meves paraules t’han importunat. No voldria acabar aquesta carta sense manifestar-te el meu agraïment més sincer per totes les teves cançons. Quedaran amb mi, per sempre:


«Cal dir adéu a la porta que es tanca i no hem volgut tancar. Cal omplir el pit i cantar una tonada si el fred de fora et fa tremolar. Cal no escoltar aquest gos que ara borda lligat en un pal sec, i oblidar tot d’una la teva imatge i aquest petit indret. Però no vull que els teus ulls  plorin: digue’m adéu. El camí fa pujada i me’n vaig a peu»

publicat amb el permís de l'autor Celestí Ventura

jueves, 19 de octubre de 2017

No más prohibiciones

A diferencia de otras, desde la infancia, en mi casa todos hablábamos en catalán. Mis padres en Igualada estudiaron en catalán, y en Barcelona tuvieron que asumir la prohibición como lengua vehicular. Hasta los 10 años tuve la suerte de ir a una pequeña escuela, El Cardoner, desaparecida con la abertura de la Ronda General Mitre a la altura de Lesseps, donde las maestras desobedecían la norma. Mi abuela nunca habló en castellano aunque lo entendía. A los 11 años con las monjas empecé las desventuras del idioma. Lo digo porque desde entonces, a pesar de dirigirme a los míos en la lengua materna, el único idioma aprendido fue el castellano. Mi hermana, 4 años menor, cambió de escuela conmigo y las monjas a menudo no la entendían. No hace falta decir cuál era el idioma obligado entre alumnos, aunque la Cris, también vecina de escalera, y yo éramos la excepción. A menudo interpeladas, sufríamos separaciones forzadas para evitar la tentación del catalán y recibíamos golpes de lomo de libro en la cabeza cuando las monjas se daban cuenta. Gracias a mi madre, yo escribía en catalán cuando estaba fuera de casa, y las faltas de ortografía me las corregía cuando volvía. Habiendo hecho en castellano toda mi carrera universitaria, al abrir el despacho, decidí dirigirme por escrito, a mis clientes de habla catalana, siempre en catalán. Necesitaba ayuda de quien sabía, para corregirme, lo que todavía hacen ahora cuando me publican esta columna en el semanario comarcal en el que escribo quincenalmente. Por favor, no más prohibiciones y libertad para aprender a leer, escribir y hablar.

No més prohibicions

A diferència d’altres, des de la infantesa, a casa meva tots parlàvem en català. Els meus pares a Igualada van estudiar en català, i a Barcelona van haver d’assumir-ne la prohibició com a llengua vehicular. Fins els 10 anys vaig tenir la sort d’anar a una petita escola, El Cardoner, desapareguda amb l’obertura de la Ronda General Mitre a l’alçada de Lesseps, on les mestres desobeïen la norma. La meva àvia no va parlar mai en castellà tot i que l’entenia. Als 11 anys amb les monges vaig començar les desventures de l’idioma. Ho dic perquè des de llavors, tot i dirigir-me als meus en la llengua materna, l’únic idioma après va ser el castellà. La meva germana, 4 anys més petita, va canviar d’escola amb mi i les monges sovint no l’entenien. No cal dir quin era l’idioma obligat entre alumnes, tot i que la Cris, també veïna d’escala, i jo érem l’excepció. Sovint interpel·lades, patíem separacions forçades per evitar la temptació del català i rebíem cops de llom de llibre al cap quan les monges se n’adonaven. Gràcies a la meva mare, jo escrivia en català quan era fora de casa, i les faltes d’ortografia se’m corregien quan tornava. Havent fet en castellà tota la carrera universitària, en obrir el despatx, vaig decidir dirigir-me per escrit, als meus clients de parla catalana, sempre en català. Necessitava ajuda de qui en sabia, per corregir-me, cosa que encara fan ara quan em publiquen aquesta columna. Si us plau, no més prohibicions i llibertat per aprendre a llegir, escriure i parlar.

article publicat al setmanari el 3 de vuit

jueves, 5 de octubre de 2017

Mirar hacia otro lado

Quien no haya visto que los catalanes ya hace 11 años, al tumbar el TC el Estatuto aprobado en el Parlamento, los ha alimentado de forma exponencial un sentimiento profundo nacionalista, mira hacia otro lado. Quien no haya visto que de cuatro señeras que se enarbolaban hace poco, colgadas en balcones, ahora hay miles de esteladas, bandera definida en el artículo 3 de la Constitución provisional de la República Catalana, redactada y aprobada el 1928 a Cuba, la histórica bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, con la adicción de un triángulo azul y estrella blanca de cinco puntas, que significa la voluntad de ser un pueblo libre, llevadas a manos, a la espalda, colgadas de mástiles, en la montaña, tendidas en prados, en toldos gigantescos, record Guinness con velas, tapando fachadas, como alfombras, tapices, pintadas en la cara, los brazos, como capas de mascotas, enarbolándola al ritmo de los Segadores, de la Estaca, del Canto de los pájaros. Quien no lo haya visto es que mira hacia otro lado. Quien justifica las acciones de intentar evitar que un pueblo se exprese libremente, porque lo hacen contra la "Ley", con porras, golpes, empujones, creando pánico, arrastrando personas pacíficas por el suelo, escaleras abajo, a tortas, con vejación, insultos, tirando orines sobre sus cabezas, disparando balas de goma prohibidas, intimidando, provocando, haciendo un mal físico y moral como no hay otro, es que miran hacia otro lado. Mirar hacia otro lado es querer ignorar o es ser cobarde?

articulo traducido del original publicado en el semanario El 3 de vuit 

Mirar cap a un altre costat

Qui no hagi vist que els catalans ja fa 11 anys, en tombar el TC l’Estatut aprovat al Parlament, els ha alimentat de forma exponencial un sentiment profund nacionalista, mira cap a un altre costat. Qui no hagi vist que de quatre senyeres que s’enarboraven fa poc, algunes penjades a balcons, ara hi ha milers d’estelades, bandera definida a l’article 3 de la Constitució provisional de la República Catalana, redactada i aprovada el 1928 a Cuba, la històrica senyera de les quatre barres roges sobre fons groc, amb l’addició d’un triangle blau i estrella blanca de cinc puntes, que significa la voluntat de ser un poble lliure, portades a mans, a l’esquena, penjant de màstils, a la muntanya, estesa en prats, en tendals gegantins, rècord Guinness amb espelmes, tapant façanes, com a catifes, tapissos, pintades a la cara, els braços, fent de capa de mascotes, enarborant-la cantant els Segadors, l’Estaca, el Cant dels ocells. Qui no ho hagi vist és que mira cap a l’altre costat. Qui justifica les accions d’intentar evitar que un poble s’expressi lliurement, perquè ho fan contra la “Ley”, amb porres, cops, empentes, creant pànic, arrossegant persones pacífiques per terra, escales avall, a mastegots, amb vexació, insults, llençant orins per sobre els seus caps, disparant bales de goma prohibides, intimidant, provocant, fent un mal físic i moral com no en hi ha d’altre, es que miren cap a un altre costat. Mirar cap un altre costat és voler ignorar o és ser covard? 

article publicat al setmanari el 3 de vuit