Año nuevo y vivimos como el año pasado. Las últimas
semanas de diciembre parece que el mundo se acabe. Nos acercamos a los resultados
anuales. Quién no se ha marcado o le han marcado unos objetivos a conseguir, es
el examen final. Y, claro está, como niños de escuela, o adolescentes de instituto,
o jóvenes estudiantes de facultad, a final de curso viene la gran empollada, el
gran esprín final. Todos lo hemos hecho y a pesar de las tribulaciones, los
nervios y el estrés, guardamos buen recuerdo. Estancias con los compañeros de estudio,
amigos para siempre alguno de ellos, en que hacíamos resúmenes de resúmenes, a
veces escritos en papeles tan pequeños, por si fuera posible sacarlos entre mangas
en un momento de dificultad. Arriesgando
que te echaran fuera del examen y suspendieras el trabajo hecho de todo un año,
si te los veían. Fumando porque los demás fumaban, bebiendo cafés para mantenernos
despiertos. Debe ser esto lo que hace que de adultos seguimos actuando como entonces.
Yo vengo de una época en que las asambleas, maquinando manifestaciones y
protestas, se prodigaban y las horas de clase se detenían por abatidas constantes
de unos uniformados de color gris que nos desalojaban de la facultad, diciendo:
“Circulen”. Cómo podíamos no dejar para el final todo lo que habíamos de haber hecho
durante todo el curso!. Y al final todo son miles de besos y abrazos, que sería
mejor irlos haciendo durante todo el año. Sin prisa pero sin pausa, viviendo
cada momento, saboreando cada instante, sin dejar que la vida sea un esprín
final.
traducción del artículo publicado en el semanario el 3 de vuit
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