Interesante charla, organizada por la UEP e
impartida por Fabian Mohedano, el viernes pasado. Hace 200 años Benjamín
Franklin planteó, por primera vez, una forma de ahorro energético al escribir,
desde Francia, una carta en que relataba cómo los parisinos ahorraban en velas levantándose
más pronto. William Willett, después de contar las horas que dormían los
londinenses en un día, el 1907 publicó la idea del horario de verano. La medida
no se aplicó hasta 9 años más tarde. Se institucionalizó el 1974 a raíz de la
primera crisis del petróleo y desde 1981 el cambio de hora se aplica como
directiva, y se renueva cada cuatro años. No se pensaba en la conciliación
familiar ni laboral, tan solo en la productividad. España somos de los países
más rígidos del mundo en horarios. Importa más ver a los empleados en su puesto
de trabajo que medir su eficacia. Somos únicos almorzando a las tres de la
tarde, cenando a las diez de la noche y desayunando a las once de la mañana. Vamos
a correr o vemos películas violentas a partir de las once de la noche. Perder de
una a dos horas de sueño cada noche no es saludable. Cenando tarde, a la mañana
desayunamos poco y cuando deberíamos hacer deporte o estar con la familia, todavía
trabajamos y vamos a comprar de siete a nueve. No importa el origen, la familia
“telerín” diciendo a los niños la hora que debían irse a la cama o el vivir por
encima de nuestras posibilidades: la reforma horaria es inexcusable.
traducción al castellano del artículo publicado en el Semanario El 3 de vuit
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